domingo, 29 de marzo de 2015

JOYAS ESCONDIDAS DEL CINE (I): Muñecos infernales (1936)

Aunque para algunos esta producción no está entre las mejores de su director, en mi opinión sí pertenece a tan selecto club. Tod Browning hizo tres obras maestras, o grandísimas obras, para no ponernos tan categóricos: Drácula (1931), Freaks (1932) y Muñecos infernales (1936). Muy cercana a estas situaría Garras humanas (1927), un fascinante relato antecedente de La mujer pantera (1942), de Tourneur.

The devil doll parte de la novela “Arde, bruja, arde” (1932), de Abraham Merrit, un escritor pulp contemporáneo de Lovecraft que aunque poco conocido tiene textos de sumo interés. El título del libro puede que confunda a más de uno –yo incluido-, ya que hay una película de 1962 con el mismo nombre en español que la novela de Merrit. En el idioma original ese film se titulaba The night of the Eagle, dirigida por Sidney Hayers y basada en una novela del también habitual del género Fritz Leiber; la adaptación corrió a cargo ni más ni menos que de Richard Matheson, Charles Beaumont y George Baxt. Un excelente film de terror, todo sea dicho de paso. 

Pero si esta tripleta de guionistas ya resulta llamativa -aparte un sello de calidad- qué decir de los nombres que adaptaron el libro de Merrit. Estaba Guy Endore, que para quién no le conozca es el autor de El hombre lobo de Paris (1933), el mejor libro escrito sobre estas criaturas, y que resultó fundamental para la creación del hombre lobo moderno visto en films como Aullidos (1981) y, como no, Un hombre lobo americano en Londres (1981), cuyo título homenajea a la novela de Endore. También se apuntó a la fiesta Erich Von Stroheim, figura mítica del cine mudo y responsable de esa obra maestra que es Avaricia (1924). Y por último Garret Fort, el menos conocido de los tres pero que cuenta en su haber con los guiones de cimas como Drácula (1931) y Frankenstein (1931). A esto se sumó el trabajo en los diálogos del guionista Richard Schayer y del mismo Tod Browning. Eso sí, la adaptación no fue muy fiel a la obra de Merrit.

Es necesario señalar que en el momento de rodar Muñecos infernales, la carrera de Browning en Hollywood había tocado fondo.
Tras el éxito de público y crítica que obtuvo gracias a Drácula en el 31, al año siguiente rodó Freaks, la que a la postre sería uno de los mayores fiascos de la historia del cine. Nadie en aquella época (¿Sería distinto ahora?) le perdonó a Browning que utilizara a personas con una deformidad real para su historia, como tampoco gustó la crudeza de alguna de sus imágenes. Los que antes habían apoyado al director ahora le daban la espalda; el film levantó tal polémica que llegaron a tacharlo, entre otras cosas, de pornográfico. Y es que en aquellos tiempos donde se vendía la belleza hipócrita de un dorado Hollywood, nadie estaba interesado en los personajes marginales de Browning.

A pesar de ser apartado de la industria, en 1936 rodó este Devil Doll para MGM, un fracaso anunciado si tenemos en cuenta como Hollywood había estigmatizado al director.

El argumento de Muñecos infernales recuerda, en su planteamiento, al de El Conde de Montecristo. Paul Lavond escapa de La isla del diablo, una cárcel donde fue prisionero durante diecisiete años como consecuencia de un delito que no había cometido.
Junto a él se fuga Marcel, un científico loco que da refugio a Paul mientras planea su venganza sobre los hombres que le metieron entre rejas. Durante su estancia en la casa, Paul descubre que Marcel y su esposa están realizando una serie de extraños experimentos que convierten a las personas en unos muñecos capaces de ser controlados por la mente de su creador. Paul utilizara esta mezcla de ciencia y brujería para dar buena cuenta de sus excompañeros de negocios.

Dejando de lado las irrisorias explicaciones que ofrece la pareja de científicos locos sobre las técnicas y el motivo de sus experimentos (para paliar el hambre en el mundo), la película crece cuando el personaje interpretado con maestría por Lionel Barrymore viaja a Paris para iniciar su venganza.

Browning no solo se preocupa de contarnos -a través de un relato de terror de imaginería deslumbrante- como el atormentado Paul Lavond teje su tela de araña alrededor de sus víctimas, sino que también le da una importancia inusitada al melodrama, consiguiendo que la relación entre Barrymore y su hija, interpretada por la Tarzaniana Maureen O´sullivan, contenga una carga emocional casi nunca vista en un film de terror.
Baste de ejemplo el final en la Torre Eiffel, uno de los más emotivos y tristes de la historia del cine fantástico.

Y es que Muñecos infernales logra mezclar los géneros sin perder el rumbo en ningún instante. Su apartado visual sigue teniendo una fuerza tremenda hoy en día, gracias en parte al trabajo de Cedric Gibbons, encargado de la fabricación de los decorados gigantes y de la técnica de doble exposición. Secuencias como la del ataque nocturno a un hombre durmiendo por parte de una de las “muñecas” sigue dejando fascinado a cualquier espectador. Además el argumento dosifica el suspense para mantenernos en vilo durante sus ajustados 78 minutos de metraje.

Pero por encima de todos estos aspectos ya de por si loables, nadie que haya visto el film puede olvidar a Lionel Barrymore disfrazado de dulce viejecita atendiendo a sus clientes en la tienda de antigüedades.
Tierno pero pérfido, encantador pero cruel. Grande e inolvidable. Por cierto, el uso del disfraz fue una de las constantes en la filmografía de Browning, quizás algo contraído por su larga relación con el actor Lon Chaney, el hombre de las mil caras (y disfraces).

Muñecos infernales en manos de otro director hubiera sido un disparate; pero como demostró a lo largo de su carrera, Browning no hacía cine, sino magia, y hacía fácil lo difícil, y cuanto más grande fuera el truco, mejor era la película.

Tod Browning rodaría su última obra en 1939 (la menor pero interesante Milagros en venta) antes de abandonar la silla de director. Cuando murió, en 1962, nadie se acordaba de él.

Precisamente ese año se proyectó Freaks en el Festival de Venecia. Casi de inmediato pasó de ser un director maldito a un autor de culto.

Cosas del cine, o en este caso sería mejor decir “de la magia del cine”. 


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