sábado, 30 de mayo de 2015

JOYAS ESCONDIDAS DEL CINE DE TERROR (I): Burnt offerings (1976)


Los setenta fueron quizás la época más pródiga en literatura de terror variante casas encantadas. Con la salvedad de la mejor nóvela sobre la materia, The haunting of Hill house (1959), de Shirley Jackson, la mayor parte de obras destacables sobre mansiones infernales fueron escritas durante esos años.

Si tuviera que nombrar mis favoritas y hacerlo por orden, así quedaría la cosa: La casa infernal (1971), de Richard Matheson, El resplandor (1977), del rey, Burnt offerings (1973) -aquí traducida con el horroroso nombre de Holocausto-, de Robert Marasco, y por último The Amityville horror (1977), de Jay Anson, con diferencia la peor de todas ellas. 
Robert Marasco fue un autor poco prolífico que obtuvo cierto éxito con Childs play, una obra de teatro sobre los problemas de un internado masculino que estuvo nominada a varios premios Tony, y que a finales de los setenta fue llevada al cine por Sidney Lumet.

El planteamiento de Burnt offerings no puede ser más tópico: una familia que atraviesa problemas financieros y sentimentales se muda de alquiler a una mansión por un precio irrisorio. La casa se encuentra semi abandonada y los que la alquilan solo piden que la cuiden como si fuera su propio hogar. A medida que pasan los días en la mansión, las plantas crecen a gran velocidad y el mobiliario parece restaurarse solo; mientras Marian, la mujer de Ben, comienza a comportarse de un modo extraño.
Burnt offerings sigue la línea del terror sugerido por Shirley Jackson en su famoso libro, aunque Marasco no posee ni de lejos las dotes líricas de la autora de The Lottery. A pesar de cierta pobreza narrativa, la trama, en su núcleo bastante original, se sigue con interés y resulta sugestiva y aterradora. Marasco teje su telaraña de forma implacable y aunque el final no supone ninguna sorpresa, sí que confirma la coherencia de un relato malsano que no solo habla de casas encantadas, sino también de las disfunciones familiares del sueño americano. 

En estos problemas conyugales se pueden encontrar parecidos razonables con la relación que Jack Torrance mantiene con su familia en el hotel Overlook, o con lo que acontece en Amityville, pero al fin y al cabo son argumentos que siempre han estado latentes en el género, y más en aquellos años de zozobra moral en EEUU. También hay que añadir que Burnt offerings es una de las películas favoritas del señor King, así que asumimos que el libro también le gustó.

La adaptación a la gran pantalla contó con las expertas manos de Dan Curtis, un director y productor que aunque en cine ya había rodado cintas como House of Dark Shadows (1970), siempre fue más conocido por su labor en televisión, donde aparte de la serie Dark Shadows nos legó varios de los telefilms de terror más importantes de la historia, como Night Stalker (1973) o Trilogy of terror (1975).

En 1975 Curtis se embarca con la United Artists en el rodaje de la obra de Marasco, y cuenta con un plantel de actores de primera fila: Karen Black, Oliver Reed, Bette Davis y Burguess Meredith. Sin embargo hay que puntualizar que aunque todos se muestran correctos en sus papeles -sobresalen Davis y Meredith- Curtis no era precisamente un director de actores, y la química entre Black y Reed es nula.

Dejando eso de lado, Burnt offerings (1976) (Aquí titulada Pesadilla diabólica) es, en su forma y fondo, una gran adaptación de la novela. Elimina las partes innecesarias y se centra en la evolución de los Rolfe y en la progresiva transformación de la casa. El “curtido” Curtis sabe manejar los espacios para crear una atmósfera inquietante, donde la utilización del efecto flou en la imagen (El fotograma parece cubierto por un velo, en su día un tipo de enfoque borroso utilizado por la fotógrafa Margaret Cameron), hace que el efecto de pesadilla sea aún más intenso. 
Como en toda buena película de casas encantadas, la mansión señorial se convierte en un personaje más, un lugar que no solo parece embrujado, si no que da la sensación de que posee vida propia. En ese sentido se podría encontrar otro parecido razonable en Hausu (1977), un original pero psicotrónico y delirante film japonés con una casa encantada viva que se comía, literalmente, a sus incautos inquilinos.
En Burnt offerings no encontrarás efectos especiales ni sustos fáciles. El mejor halago para Curtis es el haber sabido dosificar el suspense, además de apostar por sugerir antes que mostrar. Un notable para su puesta en escena y para la fotografía de Jacques R. Marquette. 
Pero ahí no acaban las bondades de este film injustamente olvidado. En la parte final el director de Dead of night ejecuta un salto mortal y se atreve con un doble final totalmente anti climático que, como no podía ser de otra manera, te descoloca –y decepcionará a algunos- pero también te deja con el desasosiego dentro del cuerpo.

El espíritu del libro de Marasco se afianza en la película con ese plano final, tan esclarecedor como similar al que rodó Kubrik en El resplandor.

Burnt offerings no es una película de fantasmas, ni de poltergeist. Para adivinar el secreto de esa aparentemente tranquila y luminosa mansión, deberás entrar en ella, y aprender a seguir sus normas. Quizás te acabe gustando, quizás te enamores de ella. Y no la quieras abandonar nunca jamás.



lunes, 11 de mayo de 2015

LOS VENGADORES: la era de Ultrón


Vuelven los héroes más poderosos de la tierra, y en esta aventura los personajes inventados por Stan Lee y Jack Kirby se ven las caras con uno de sus más encarnizados enemigos en las viñetas: el perverso Ultrón, creado en el comic por Hank Pym y nacido de forma "accidental" en la película gracias a Tony Stark.
Joss Whedon repite en la dirección y vuelve a apostar por la acción y el humor desenfadado, algo que se echaba de menos en las producciones de Dc y que desde Spiderman (2002) y -sobre todo- Iron man (2008), pasó a convertirse en marca de la casa marvelita. 

En el apartado de acción la película cumple con nota; los efectos especiales son increíbles y visualmente llega a sorprender en un par de planos en los que el padre de Buffy hace que la pantalla se convierta en una Splash page asombrosa. Además Whedon tiene la virtud de situar la cámara en los lugares precisos para que nos enteremos de las escenas de acción sin marearnos.

En cuanto al humor baja un peldaño con respecto a su predecesora, con chistes más blanditos de lo habitual, alejándose de lo auto paródico y acercándose peligrosamente a un humor infantil falto de ironía.
Y es esta cuestión sobre el humor lo que me hace llegar a una, quizás, precipitada conclusión sobre algo que ya se veía venir en las últimas adaptaciones de Marvel: este tipo de cine cada vez empieza a parecerse más a una serie de animación para adolescentes que a la plasmación a la pantalla de un comic. 

Esto no quiere decir que sea una noticia del todo negativa; ha habido y hay series de dibujos estupendas que han sabido recoger el espíritu del tebeo original, y así de primeras me vienen a la memoria la mayoría de las dedicadas a Batman, la de la JLA o alguna de los Vengadores o Spiderman.
Pero la desmedida proliferación de series de dibujos animados súper heroicas en los últimos lustros – en el caso de Marvel impulsadas a todas luces por la llegada al accionariado de la Disney- con el objetivo principal de conseguir adeptos tanto entre los peques como entre los adolescentes, parece haber provocado una infantilización progresiva que desvirtúa sobremanera a los personajes en los que se basan. Es más, son series que han sido fabricadas con el mismo molde, y siguen unos patrones muy concretos que las convierten en rutinarias: mucha acción, pinceladas de humor blanco, nula vida de los alter ego y pocos momentos para la reflexión, la intriga o el suspense. 

No hay conflicto que no se arregle a puñetazos, aunque en algunas historias se intente suavizar el final con una moraleja de lo ocurrido. No nos engañemos, en los comics también existen todos estos elementos, pero los argumentos no son tragados por cuarto de hora de peleas –los episodios duran veinti pocos minutos- que acaban agotando y en la mayoría de los casos ralentizando la poca historia que hay detrás.

La era de Ultrón no llega a ser un episodio estirado de una de esas series, y afortunadamente tiene aún los matices suficientes para ser un entretenimiento digno y competente, pero sí que da la sensación de que Marvel ha tomado un camino y no parece dispuesto a dar marcha atrás; me temo que por dicho trayecto no veremos una pizca de sangre, ambigüedad o una trama mínimamente adulta en la que no se tenga que salvar el universo sí o sí.
Y por cierto, en los comics aún se ve todo esto, en menor medida que antes, vale, pero algo es algo.
Por lo demás el film se estructura del mismo modo que la anterior película: una secuencia inicial espectacular, seguida de la presentación de personajes, un desarrollo del guion que funciona a trompicones y unos cuarenta minutos finales de acción imparable. Fin. 

Puede que este siento muy crítico con un producto que al fin y al cabo ofrece lo que cualquiera busca en un blockbuster, pero después de una primera parte donde sí había una buena caracterización de nuestros héroes y una trama con interés, se podía esperar de Whedon una evolución, no la repetición de un mismo esquema.
No hay evolución porque las relaciones que funcionaban en la parte anterior aquí son poco creíbles y no tienen peso alguno en lo que nos están contando. Clint Barton y su esposa, Banner y Natasha... el argumento los junta pero todo rechina por lo forzado de las situaciones en las que se encuentran. Baste de ejemplo esa casa de la pradera donde Barton se convierte –¿Es acaso una ironía?- en un perfecto hombre de familia. Aunque el combate con Hulk es lo más potente de la cinta, tampoco Robert Downey Jr consigue sobresalir entre tanta chatarra, y es la segunda vez (la primera fue en Iron man 2) en la que se le nota con el piloto automático puesto a la hora de interpretar al cabeza de lata. 


Y es que uno de los grandes logros de Whedon en el primer film fue no solo repartir las apariciones de cada uno de los Vengadores, si no darles importancia en el relato. Aquí la mayoría parecen desubicados, fuera de lo que se cuenta (El capi, el propio Banner) y la inclusión de varios diálogos rimbombantes supuestamente profundos no ayudan en nada.

Los mejor parados dentro de este festín de Fx son Thor y La visión. Hemsworth está muy metido en la piel de su personaje y eso queda patente en algunas de las mejores secuencias de la peli, como la del levantamiento de martillo. Paul Bettany encarna a una Visión delicada e inteligente, pero también letal y misteriosa. Bravo para este gran actor. 

Por último, Ultrón es un villano que impone pero que no se diferencia en nada a ninguno que no hayamos visto en otras mil películas. Hubiera sido mejor buscar la manera de no pervertir el origen del personaje y de darle ese aire Edipico de tragedia griega que Roy Thomas supo ver tan bien en aquellos míticos números de los años setenta. De Mercurio y La bruja escarlata, poco que decir, aunque el primero sale mejor parado que la sosa Olsen lanzando rayos.
En todo caso el hecho de que el film se haya basado en una de las mejores sagas de los últimos años (etapa Busiek-Perez) supone una alegría para el fan, ya que hay algunos fotogramas que son idénticos a las viñetas de ese genio del dibujo que es George Perez.
 Sin embargo los guionistas en ningún instante han sabido recoger la sensación de impotencia y zozobra que sufrían los Vengadores ante el ataque de Ultrón, superados en número y aparentemente sin posibilidades de triunfar. Era una historia épica que requería un punto de vista un poco más adulto, no un mero, aunque impresionante, espectáculo pirotécnico.
Después de leer esta crítica alguno pensará que la era de Ultrón no me ha gustado un pelo. No es así, me entretuvo y me pareció bien facturada, pero no me emocionó, y esperaba mucho más de la despedida de Whedon de la saga.